El Castigo sin Venganza

 


Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la 
vida, pues me has quitado la honra.”- Miguel de Cervantes

"El castigo sin venganza" es una obra excepcional de Lope de Vega que encarna los valores y pensamientos del Barroco. Escrita en 1631, la obra se desvía de la tradicional comedia lopesca para adaptarse al gusto por la tragedia del momento. Así, eleva el humor de los elementos cómicos convirtiéndolos casi en reflexiones filosóficas y otorga un final devastador a la obra. Estos novedosos ingredientes sumados a la clásica receta cómica de Lope resultan en una obra interesante y bella a partes iguales. 

La honra ocupa el lugar central en la obra lopesca. Ya se mencionó en la entrada de Cervantes la omnipresencia e importancia de este concepto en la España del Siglo de Oro. Ahora cobra aún más relevancia indagar en este concepto puesto que constituye el motor principal de la historia. Según Gustavo Correa existen dos vertientes posibles del honor en el siglo XVII: la honra vertical o la honra horizontal. La primera es inherente al estamento, es innato. La honra horizontal, en cambio, se define como "aquello que los demás piensan de mí" y está intímamente relacionada con la valía personal y la individualidad. El honor era un pilar fundamental de la sociedad de la época y si sufría cualquier afrenta debía ser vengado inmediatamente. La venganza no era un opición sino una necesidad, algo inevitable que tanto el "manchador" como el "manchado" aceptaban. 

Una vez comprendida la magnitud de este fenómeno podemos analizar con mayor acierto las actitudes de los personajes principales de la obra. La reticencia inicial de los dos amantes cobra mucho más sentido en este contexto e igual pasa con la aceptación implícita de las consecuencias de su amor. Tanto Federico como Casandra son conscientes del inevitable final de su amorío y, aún así, deciden rendirse a sus deseos y perseguir ese amor. El Duque de Ferrara, por su parte, se ve obligado a hacer frente a una decisión imposible: ejecutar a su hijo y mujer o perder la honra. No es una cuestión de sentimentalidad, la honra prevalece en cualquier ocasión y no distingue entre padres e hijos. Sin embargo, se le hace imposible matar a su hijo y, en palabras del Duque, de tan sólo imaginarlo "tiembla el cuerpo, espira el alma, lloran los ojos, la sangre muere en las venas heladas, el pecho se desalienta, el entendimiento falta, la memoria está corrida y la voluntad turbada". El amor que siente por Federica es lo que desencadena el desenlace que da nombre a la obra, un final trágico, un castigo sin venganza.

Lope de Vega es un experto en lo que hoy llamamos la técnica del cliffhanger: cada acto deja al espectador en ascuas con un final cuidadosamente escenificado. Esto es una herramienta esencial para el teatro barroco, concebido como un espectáculo con una longitud de varias horas en las que se intercalaban los actos de la obra con entremeses, bailes y otros elementos. No sólo se muestra su maestría en la manera en que concibe y organiza sus obras, sino también a la hora de crear versos de una belleza singular. Así, nos regala versos tan hermosos como los que le dedica Federico a Casandra al finalizar el segundo acto:

En fin, señora, me veo 

sin mí, sin vos y sin Dios:

sin Dios, por lo que os deseo;

sin mí, porque estoy si vos;

sin vos, porque no os poseo.

 En definitiva, "El castigo sin venganza" es, por una parte, un reflejo fiel de la sociedad de la época (un ejemplo del "espejo de la naturaleza" que debía ser el teatro barroco) y, por otra, una obra cuidadosamente ideada para gustar al público. La trama, la intensidad, los diálogos, los versos... todo se ajusta minuciosamente al arquetipo teatral que describió Lope en su "Arte nuevo de hacer comedias". Además, dentro de ese planteamiento aparentemente rígido encontramos versos con un gran lirismo y fuerza expresiva que otorgan a la obra un valor añadido. No es sorprendente, por lo tanto, que de los centenares de comedias que escribió Lope de Vega esta siga siendo una de las más aplaudidas.

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