París en el siglo XX
El sistema educativo español requiere, por suerte o por desgracia, una prueba de entrada a la universidad que deber realizar todo el alumnado de 2º de Bachillerato al terminar sus estudios (si desea optar a una educación superior universitaria): es la odiada, despreciada y temida EBAU. Como es lógico, cada año, ante un evento de tal envergadura, miles de medios entrevistan a los alumnos y ponen especial interés en conocer las mejores notas de cada comunidad. Este año el alumno Gabriel Plaza -defensor y campeón de las letras y humanidades- obtuvo la mejor calificación en la Comunidad de Madrid con un 13,964. Los hinchas de la ciencia ya consideraron extraño que el laureado fuera un alumno de la rama de Humanidades, despreciando el logro de Gabriel por presentarse a optativas más "fáciles". No obstante, la gota que colmó el vaso fue una entrevista en la que Gabriel afirmaba querer estudiar filología clásica. Miles de personas se tomaron este comentario como una afrenta personal y plagaron las redes de mensajes ridiculizantes que acusaban a Gabriel de "desperdiciar su cerebro e inteligencia en una carrera de letras".
Julio Verne ya vaticinaba esta batalla entre letras y ciencias en un libro que nunca llegó a publicar y que parece ser una predicción muy acertada de nuestra realidad actual. "Paris en el siglo XX" es una obra corta que nos muestra la lucha del personaje principal, Michel, por hacerse un lugar en una sociedad alienante y excesivamente individualizada. Michel, como Gabriel, es un amante de las letras y, aún peor, poeta. El París de Verne parece sacado de una película de Stanley Kubrick, el futurismo y el utilitarismo exagerado son una parte fundamental de su retrato parisino, pero lo más interesante son las consecuencias sociales de estos dos elementos. En la novela, Verne asemeja el cambio paisajístico de París a el cambio ideológico de sus ciudadanos: la industrialización paulatina de la ciudad va acompañada de un individualismo capitalista y una devoción ferviente al Progreso (que se convierte en una entidad casi divina). Verne imaginó una sociedad en la que la evolución científica pasa a ser el motor social, político, histórico y, por supuesto, económico. Las artes y las humanidades no pueden competir contra esta cientifitis patogénica y pasan a ser despreciadas y desestimadas hasta tal punto que desaparecen de la conciencia popular. Vita brevis, ars longa pasa a ser vita brevis, ars mortua.
Los pocos desgraciados que sienten cierto aprecio por ese arte muerto son condenados al ostracismo o a servir cadena perpetua en una industria que traiciona diariamente sus valores. Al finalizar la novela, Michel y sus amigos sufren estas consecuencias en sus propias carnes: Michel acaba desmayándose, muerto de hambre, en un cementerio durante la peor helada de París; el profesor Richelot pierde su trabajo y es desahuciado; Quinsonnas abandona París... Hoy en día, parece que el estudiante de letras firma un contrato en el que se hace responsable de su futura situación laboral. Sin ir más lejos, la foto de perfil del grupo de Periodismo y Humanidades es la cola del paro. Es evidente que esto desanima a muchos humanistas potenciales que, muy a su pesar, estudian carreras de ciencias por las perspectivas de inserción laboral. Este éxodo de las letras se refleja en las gráficas que el Ministerio de Educación y Cultura publica cada año:
-"(...) on sentait que le démon de la fortune les poussait en ávant sans relâche ni merci"
(...) sentían que el demonio de la fortuna los empujaba hacia delante sin descanso ni misericordia.
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