Pepita Jiménez

 


Lo que ahora comprendo y estimo mejor es el campo de por aquí. Las huertas, sobre todo, son deliciosas. ¡Qué sendas más lindas hay entre ellas! A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de hierbas olorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva. 

Hasta el alumno de literatura peor dotado podría reconocer en el texto anterior los indicios de un locus amoenus; y el lector atento, espero, se percatará de cierta semejanza con dos entradas bastante anteriores que destacaban precisamente por este tópico (entre otros). Basta de pistas, ¿ha podido el lector desentrañar el misterio? Si así es, el hilo detectivesco le habrá conducido de seguro hasta la literatura de Garcilaso de la Vega, maestro renacentista. Pero, como no es prudente disfrutar del postre sin antes probar el primer plato, empezaré diciendo que el texto citado pertenece a la obra de Juan Valera (representada en la imagen de esta entrada). "Pepita Jiménez" es una de las novelas clásicas del siglo XIX y refleja, por ello mismo, algunas de las características del movimiento naturalista-realista. No es menos cierto, sin embargo, que entre los parráfos de la obra se encuentran ciertas particularidades que pueden llegar a justificar el empeño de Valera por alejarse de estos movimientos.

Entre estas particularidades se encuentra el estilo clacisista del autor que se ha intentado ilustrar con el extracto inicial. En cualquier caso, este clasicismo no se limita a descripciones paisajistas sino que se refleja en las expresiones y comportamientos de los personajes, sobre todo en el caso de Don Luis. Las referencias clásicas no pasan desapercibidas y nos remiten directamente a los autores de ciertos motivos, ideas o tópicos. Hay dos ejemplos claros de este recurso en la novela: el primero, nos recuerda al soneto XI de Garcilaso, donde las miradas transmitían el amor y el deseo; el segundo pasaje parece ser una referencia a un autor bastante anterior, uno de los grandes poetas románticos de la Antigua Roma, Catulo. Como ya se ha hablado suficiente en este blog sobre Garcilaso, el honor de la cita textual se lo otorgaré al autor romano. Vea por sí mismo el lector el vínculo entre el dístico de Catulo y la prosa de Valera:

Odio y amo. Por qué hago esto, quizá preguntas. 

No lo sé, pero siento que es así y me torturo.

                                                               (Catulo)

 
Quiero libertarme de esta mujer y no puedo. La aborrezco y casi la adoro. Su espíritu espíritu se infunde en mí al punto que la veo, y me posee, y me domina, y me humilla.
Todas las noches salgo de su casa diciendo: "Esta será la última noche que vuelvo aquí", y vuelvo a la noche siguiente.
                                                                                                                                                         (Valera)

Lo sí que impidió a Juan Valera desembarazase de este título indeseado que lo calificaba de realista fueron, por una parte, las temáticas que decidió abordar en sus novelas; y, por otra, sus técnicas narrativas. Estas últimas son especialmente relevantes por su renovada utilidad: como una ratonera, el cambio de narrador juega con el lector hasta capturarlo en su trampa. Al pequeño ratón se le engaña con un prologuillo cheddarino para después atraparle en la deliciosa, pero errónea idea de un narrador religioso o de un tío que cuenta las aventuras de su sobrino. Tras un análisis profundo, las incoherencias llevan al lector experimentado - y, casi de seguro, gracias a la ayuda de un manual, profesor o estudio- a identificar a Don Pedro como el verdadero autor de "Parlipómenos".  Este embrollo de narradores confusos, subjetividad, objetividad, prosa, cartas, Don Pedro, Don Luis, el Deán y, un largo etc; recuerda en cierta manera a esos giros dramáticos en las películas actuales que todo tienen que ver con la perspectiva y la narración, obras cinematográficas de gran calibre como: "El sexto sentido", "El club de la lucha", "Shutter Island"... Quizás, podríamos atrevernos a decir que estos juegos narrativos, presentes en las novelas, constituyen el nacimiento de estos giros dramáticos en las películas, pues: ¿no hizo antes la lituratura todo lo que hace hoy el cine?

Por último, me gustaría proponer al lector la visualización de "Fleabag", una serie cómica con gran profundidad emocional cuya segunda temporada trata la misma temática que el libro que hoy nos atañe. El conflicto entre el amor divino y el amor profano se retrata en las dos obras - utilizando códigos comunicativos distintos, por supuesto- con gran habilidad, auque el final no sea el mismo. No voy a destripar más la serie pero, para tentar al lector, inserto aquí debajo un pequeño extracto (pido perdón, pero la serie es poco conocida en España, así que el extracto está en inglés; ¿qué mejor momento para empezar a aprender lo que el colegio no logró enseñar?)







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