La religiosa

 


Denis Diderot (1713-1784) fue uno de los principales representantes del movimiento de la Ilustración y de sus valores. Vivió en la Francia prerrevolucionaria, donde las ideas ilustres comenzaban a tomar forma y a calar en una población cada vez más miserable. Las críticas de filósofos, escritores y personajes populares fundamentaron la base del movimiento que más tarde desembocaría en la Revolución Francesa. "La religiosa" es, valga la redundancia, una crítica religiosa en forma de novela epistolar. Diderot arremete contra los organismos religiosos que mancillan el catolicismo con su corrupción. Sorprendentemente, emprende esta tarea desde la más aférrima devoción religiosa, encarnando en Suzanne los dotes de una buena, si no excelente, católica. De manera similar, los personajes ilustran y personifican esta crítica, generando un debate filosófico que se manifiesta en las mismas reflexiones de Suzanne (o, más bien, las de Diderot).

La herencia de la culpa

La hipocresía y lo paradójico convergen en el personaje de la madre de Suzanne. Es ella quien fuerza la entrada de su hija al monasterio, a pesar de sus deseos y protestas. El motivo no es otro sino expiar su culpa. En efecto, Suzanne es una hija ilegítima, fruto de una aventura de su madre. La presencia de su hija constituye un recuerdo constante de su infracción y, con él, resurge el miedo a que el secreto sea descubierto y a que su propia reputación sea mancillada. Necesita alejarla, dejar de encontrarse con su error por los pasillos, apartarla de su marido y sus hijas legítimas. De las mil alternativas posibles, decide enviarla a un convento. Se mantiene impertérrita ante los ruegos de su hija, manipula sus sentimientos y la convence de hacerse monja. 

Se supone que la función de una madre es proteger a sus hijos, pero, en este caso, Suzanne no es más que una herramienta para la expiación del pecado materno. Tenerla lejos y en un convento significa reducir la oportunidad de descubrimiento y ofrecerle a Dios una servidora vitalicia. Además, también ayuda a evitar que Suzanne reclame una herencia que, en ojos de su madre, debe ir a sus hermanas. La aventura no se debe conocer, pero los que sí conocen el verdadero parentesco de Suzanne la instan a introducirse en la vida eclesiástica, por mucho que ella no quiera. Al final, la presión que ejercen sobre ella da sus frutos y Suzanne acepta conventirse en monja. 

Longchamp y las monjas crueles

El segundo convento de Suzanne evidencia la omnipresencia de la crueldad. La lucha de Suzanne por romper sus votos es tomada por sus hermanas monjas y, en especial, por su madre superiora como un acto de guerra. La torturan, la encierran, le privan de agua y comida, le quitan sus pertenencias más preciadas... el suplicio no tiene fin. Los valores cristianos quedan en el olvido a pesar de que estas monjas rezan todos los días. La imagen sagrada y pacífica de un convento degenera y se transforma en una prisión inhumana. La antítesis entre los valores que debería encarnar una monja y los que encarnan las monjas de Longchamp se hace evidente.

Saint- Eutrope d'Arpajon y la pasión

La lujuria marca la estancia de Suzanne en este convento aunque ella, en su inocencia, lo ignore. La madre superiora expresa desde su llegada sentimientos que el confesor califica de "satánicos" y "depravados". El destino de este personaje deja muy claro la opinión de Diderot sobre las relaciones lésbicas: una locura demónica que lleva y debe llevar inevitablemente a la muerte. Suzanne como "buena religiosa" acata las órdenes del confesor y se aleja, dejando a la madre superiora a su suerte.

Un relato fundador

Diderot tiene un objetivo muy claro con esta novela: denunciar una corrupción que parecía una plaga en el estamento eclesiástico. No lo hace sutilmente, sino con gran brusquedad a través de los sufrimientos de Suzanne. En una época donde la religión ocupaba una parte importante de la vida pública, el jucio popular al que se ve sometida por Diderot constituye un paso hacia un catolicismo incorrupto. Gracias al relato de Suzanne la impunidad de las insituciones religiosas comienza a cuestionarse, generando debates que formarán parte del proceso intelectual de la Ilustración.



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